Y cogemos el verano con fuerza. Como si hubiéramos superado una terrible enfermedad, como si hubiéramos despertado de una pesadilla infinita. Y es que… así ha sido.

De repente salimos a la calle y apreciamos nuevos colores, la intensidad de los perfumes aumenta, las caras con las que nos cruzamos nos resultan conocidas. Respiramos hermandad, como si hubiéramos superado juntos una guerra. Una guerra contra un enemigo conocido pero invisible en la que nuestra única arma era la pasividad, el atrincheramiento. Una guerra de desgaste en la que perdimos a nuestros más experimentados generales, a nuestros más valientes coroneles, a comandantes de vidas llenas de historias que ya hoy no se podrán contar.

Ha habido bajas. Demasiadas. Pero eso ya pasó, ellos se sacrificaron por nosotros, ahora son estrellas en un cielo que nos regala esperanza y que cicatriza dolores que también son nuevos y ellos no querrían que permaneciéramos en casa por más tiempo lamiéndonos las heridas. ¡Hay mucho que hacer! ¡Mucho que vivir! ¡Mucho que disfrutar!

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Debemos sentirnos agradecidos. Hemos sufrido un acribillamiento y hemos salido de él “sanos y salvos”, con magulladuras, sí, pero hemos salido. Resurgimos, al igual que el Ave Fénix lo hace de sus cenizas para disfrutar de cada segundo y cambiarle el sentido a la palabra banal. Ya nada lo será.

Nuestras desidias desaparecen y madrugar para ir a trabajar cobra un sentido que jamás había tenido. Ahora llegar a casa aporta sensaciones encontradas tras la sonrisa infinita y el abrazo de quien nos recibe. Sensaciones agridulces provocadas por el rechazo y el placer de estar en ella. Eso sí, ahora porque nos apetece y no porque nada nos obligue.

¡Vivimos! ¿Lo hacíamos antes? ¿En qué porcentaje? ¡Vivamos pues!

Disfrutemos de nuestro mundo. Ése al que todo esto le ha supuesto un respiro y una bocanada de aire fresco. Ése que de nuevo nos acoge sin rencor para que hagamos con él lo que queramos y que, pese a todo, espera de nosotros lecciones aprendidas tras el paso de una guerra no vivida en décadas.

Disfrutemos de la inercia pasada, de los paseos por nuestras calles y el sabor del café en compañía de los amigos. Disfrutemos de las terrazas, las playas y el verano.

Disfrutemos de vivir la vida, la nuestra y hagámoslo sin juzgar. Para que así cada cual pueda vivir la suya. ¡Disfrutemos sin más! Ya toca.

Paola Bonilla