Hace ya casi 15 años que la visité por primera vez. Llegué cansada. Pasé vergüenza en el control de aduanas mientras “chapurreaba” en inglés contestando a las preguntas del policía de turno. Cogí un yellow cab hacia el centro y no lo hice por tachar una casilla en mi lista de “cosas que hacer en Manhattan” sino porque me daba miedo (mi abuela diría “respeto”) usar el metro. 

Lloré en cuanto pasamos el puente y pisamos la isla, creo que se debió al cóctel de emociones y sensaciones, cansancio, ilusión, nervios… Sin lugar a dudas, la ciudad me abrumó. Su suciedad me impactó. La inmensidad de los rascacielos me hizo sentir pequeña, tan pequeña que las lágrimas fueron mi única vía de escape.

Duró poco. 

Me registré más allá de la medianoche en el EC New Yorker Student Residence, la residencia de estudiantes que se encontraba en las plantas 17 y 18 del Hotel New Yorker. Y ya con las llaves de mi habitación en la mano respiré hondo. Cogí una bocanada de aire y abrí. Estaba tan agotada. Debían ser las dos de la madrugada y era mi primer viaje transoceánico, se notaba. Quería meterme en la cama y despertar lo más tarde posible. Me había olvidado de la ciudad, de la experiencia, de que estaba cumpliendo uno de mis sueños. Así que abrí y lo vi. 

La habitación era para dos personas y estaba todo muy bien organizado en un formato espejo muy simple. Mesa, silla y cama a la izquierda, mesa, silla y cama a la derecha. Además del baño, lo “único” que se compartía en esa habitación eran el ventanal y sus vistas. Me enamoré. Me enamoré de él y, con él, de la ciudad. Y desde entonces hasta hoy. El Empire State nos recibía totalmente iluminado. Seguramente fuera luz blanca pero lo recuerdo, todo él, plateado. ¡Brillaba! Y así comenzó nuestra extraña relación.

La ciudad no era lo que yo me imaginaba. Era demasiado. Demasiado caótica, demasiado ruidosa, demasiado gris, tenía demasiadas luces. Olía de una forma extraña. Olía a Nueva York.

Sí. Lo nuestro, en los inicios, fue un poco amor/odio al igual que el resto de pasiones en mi vida. Hace ya años desde la primera vez y me he mantenido fiel a él y a ella. Desde entonces hemos mantenido una bonita relación a distancia. Yo iba a verlos cada vez que podía y “engañaba” a alguien para que me acompañara con algún estudiado pretexto que sonase racional mientras, ella se aparecía en libros, en películas, en infinitas series y hasta en sueños.

Nueva York, su magia, su esencia, espero que la disfrutes un poquito a través de estas páginas… Espero que te atrevas a, por lo menos, intentar vivir tu sueño.

P.D: No sé el porqué pero… la Estatua de la Libertad no me impactó.

Paola Bonilla, directora de The Pocket Magazine