(Atención Spolilers)

La esperadísima vuelta de Carrie y sus amigas, lo que iba a ser la continuación de Sexo en Nueva York ha caído como un jarro de agua fría entre sus fans. Bien podría llamarse Filomena en Nueva York porque nos ha dejado helados desde el primer minuto.

Cuando todos esperábamos ver, por fin, a Carrie y a Big felices en su matrimonio, el señor Michael Patrick King decide matarlo. Sí, tal cual, en el primer capítulo y sin anestesia. Y no por Covid, que sería tristemente factible. Que va. Se lo carga al intentar ducharse después de hacer ejercicio sobre una bicicleta moderna de la marca Pelotón. Pelotón “de fusilamiento”.

El impacto de ese primer capítulo fue tremendo. Millones de comentarios negativos en las cuentas oficiales de la serie, lágrimas repartidas por todo el mundo ante algo difícil de entender. ¿Existe mayor crueldad para un fan de SATC que matar a Big? Y no solo eso. ¿Era necesario verlo? Ver su infarto, cómo se desploma, cómo deja de respirar ante la mirada de Carrie. 

En mi opinión, no. No lo era. No hacía falta. Si Big era prescindible para el director, más prescindible debería haber sido visualizar su muerte. 

Lo que sin duda parece que ha muerto es la esencia de Sexo en Nueva York. Cuatro amigas, amores y desamores, moda… Con Big en el otro barrio, otra que está fuera de la serie es Samantha. La excusa es que se macha a vivir a Londres y está enemistada con Carrie por un tema de dinero. ¿En serio? ¿Samantha, por dinero? El esperpento continúa con el envejecimiento de las protagonistas que tienen cincuenta años y se comportan como si tuvieran setenta. Carrie tiene problemas para caminar, se ayuda de un paraguas para subir las escaleras y acaba operándose de la cadera. Miranda se tiñe el pelo de blanco, tiene problemas con el alcohol y duda de su orientación sexual. Es rematadamente infeliz junto a Steve que aparece en esta vuelta sordo como una tapia y con aspecto frágil. Parece un ex combatiente de Vietnam recién salido de GAES. Charlotte regresa visiblemente retocada estéticamente, con ganas de hacer nuevas amigas para aumentar su prestigio social y con un conflicto de género de su hija pequeña que se siente un chico.

Todo está revolucionado y las nuevas incorporaciones no acaban de enganchar. Demasiado protagonismo de las identidades de género. Del ella y el elle. Se ve forzado, muy forzado. Tan forzado como el miedo a patinar en temas raciales. Rezuma a buenismo norteamericano para quedar bien.


Sexo en Nueva York invitaba a soñar. Con el amor, con la moda, con Nueva York, con la verdadera amistad. And Just Like That, de momento, invita a tener pesadillas.

Federico de Juan