Los españoles se han vuelto sordos. Padecen de sordera selectiva. Escuchan lo que les da la gana e ignoran lo que no les conviene escuchar. Lo peor es que son perfectamente conscientes de que ese taponamiento auditivo lamentablemente está directamente relacionado con LAS NORMAS. Sí, los españoles hacen oídos sordos a las normas. 

Situemos la acción en el AVE, por ejemplo. Estamos entrando en la estación de llegada y el revisor, o alguno de sus compañeros, hace el siguiente anuncio por megafonía: “Les rogamos que esperen SENTADOS hasta que el tren esté parado para retirar su equipaje y salir. De este modo evitaremos taponamientos en los pasillos de acceso a las puertas de salida. Gracias por su colaboración”.

Automáticamente comprobamos que tres cuartas partes de los pasajeros son sordos. Tres cuartas partes de los pasajeros se han puesto en pie, han cogido su equipaje y han taponado el pasillo y la salida. Y sí, el tren aún no ha parado. ¡Ole sus huevos! Hay gente que por su cara bonita se vuelve sorda de repente. 

Vivimos tiempos en los que a la gente le dan igual las normas y, lo que es peor, no les importa que tú o yo sí las respetemos. La gente va a lo suyo. Son ellos, ellos, y después ellos. Esa sordera tiene un nombre propio: falta de civismo. Por desgracia no son uno o dos sordos aislados que diría Fernando Simón. Son muchos más. 

Hay sordos de mascarilla. “Les recordamos que deben llevar la mascarilla tapando nariz y boca en todo momento. Gracias”. Ni puto caso. Cada vez que una azafata recorre un vagón tiene que llamar la atención a diez, doce, quince pasajeros… 

Hay sordos de avión. Esos que se levantan nada más aterrizar tras escuchar al sobrecargo decir que hasta que no paren los motores hay que mantener el cinturón abrochado y, por tanto, no levantarse. 

Hay sordos de museo. No, no hablo de Goya. Hablo de esos sordos de los museos que hacen fotos cuando les han advertido en cada una de las salas por las que han pasado que no pueden hacerlas. 

Y luego están los sordos que más rabia dan: los sordos del teatro. Esos que no silencian su móvil y reciben una notificación o una llamada en mitad de la función.

Solo hay una receta eficaz contra estos sordos incívicos. Y no, no es médica. Es económica. Se llama MULTA. Porque la única forma de que un sordo escuche es rascándole el bolsillo. 

Si tiene que pagar… será todo oídos.    

Federico de Juan @Fede_dejuan