Sí, vimos durante La Guerra del Golfo, aquellos pozos de petróleo ardiendo y soltando humo a la atmósfera, pero ya está. A nivel general no hay mucho más. Ni siquiera quedan grandes restos de las dos grandes explosiones atómicas en Japón. 

Sin embargo, hay en el corazón de Europa, una gran cicatriz de la que fuera “La Gran Guerra”, la Primera Guerra Mundial. Aún hoy, más de cien años después, continúan existiendo “zones rouge” (zonas rojas), donde hoy en día no crecen ni las malas hierbas, literalmente.

Una vez finalizado el conflicto, el gobierno francés, en su labor por recuperar el país del terrible desastre, se encontró con estas “zonas rojas”, principalmente, donde transcurrió la batalla de Verdún, quizá la más cruenta batalla de la historia de la humanidad, una batalla en la que murieron entre 700.000 y 1.200.000 personas, de las cuales se calcula que más de cien mil continúan enterradas allí por no haberse encontrado más que “parte” de sus restos, mezclados con munición o, sencillamente, por no haberse encontrado nada… 

«Completamente devastada. Con daños a las propiedades: 100%. Con daños a la Agricultura: 100%. Imposible de limpiar y/o rehabilitar. Imposible para habitar por seres humanos»

Valoración del gobierno francés sobre la zona afectada en Francia.

Para contextualizar hablamos de más de trescientos días de combate, entre el 21 de febrero y el 18 de diciembre de 1916.  

Una zona no solo completamente devastada, con daños del cien por cien en los pueblos y campos de cultivo, sino también de una zona de 1200 kilómetros cuadrados que se encontraba completamente contaminada, hasta el punto de no permitir la vida. Sí así es, en Chernóbil o Fukushima, al menos crecen plantas…    

La locura humana llegó a su cenit en los campos de Verdún, pueblos, literalmente, borrados de la faz de la tierra que jamás pudieron ser reconstruidos o repoblados como Douaumont, Fleury y otros siete que fueron totalmente destruidos, y declarados “village mort pour la France” (pueblo muerto por Francia). 

Gases venenosos, granadas, munición oxidada, proyectiles de todo tipo y calibre que no llegaron a explotar. Contaminación por plomo, cloro, arsénico… además de varios gases tóxicos, ácidos, restos por doquier de animales y sí, también de seres humanos.

Tal fue el daño, que se promulgó una ley en Francia que prohibía la entrada en esas zonas rojas, donde aún hoy en día no se puede entrar ya que aún se realizan trabajos de limpieza, aunque éstos, según fuentes del gobierno francés, se calcula que tardarán 700 años en terminar. Y eso, contando con que la naturaleza se regenere y ayude.

En 2006 los trabajos de limpieza “aún” sacaban alrededor de 300 proyectiles por cada 10.000 metros cuadrados, y eso tan solo en menos del primer palmo de tierra, (15 cm). En zonas de Ypres y Woëvre el terreno contiene tal cantidad de arsénico (más de un 17%) que el 99% de las plantas sencillamente no crece o al plantarlas muere. 

Las imágenes hablan por sí mismas, de algo que hemos olvidado a pesar de que la cicatriz permanece y no solo es visible, si no que está en el mismo corazón de la Europa comunitaria. Accidentes como el de Chernóbil fueron terribles sí, pero al fin y al cabo “solo” fueron accidentes. Las zonas rojas “las hicimos nosotros” sabiendo lo que hacíamos, con saña, premeditación y la más terrible de las alevosías. Y lo que es aún peor, nos las hicimos a nosotros mismos. 

Entre Francia y Bélgica, entre los ríos Mosa, Aisne, Mosela… En pueblos y ciudades como Lila, Lens, Arras, Cambrai, Laon, Nancy, Verdún… en 1916 se desató el mayor de los infiernos. El odio, la miseria, la envidia, la codicia y, sobre todo, sobre todo, la estupidez humana, pudrió la sangre de millones de seres humanos harapientos, hambrientos y embarrados, que reptaron, lloraron, sangraron, murieron y mataron hasta que su sangre y sus cuerpos, lejos de honrar y abonar los campos, como reza el himno francés, contaminó e hizo imposible habitar la tierra. Solo aquellos que lo sufrimos fuimos capaces de crearlo y solo bastará que lo olvidemos para que podamos repetirlo…

Francisco Fernández