Sara Herranz

Hell is an infinite scroll of beautiful things, se leía en una obra de la artista visual Tuchi (2017). Y nunca una frase ha sido más cierta. Las horas se me escapan navegando por la red. Soy una yonki de lo estético. Pero en esa navegación compulsiva a través de vínculos y de un scroll sin fin, pocas veces se cuela una realidad que no es feliz, bonita o grandiosa. Rodeada continuamente de imágenes bellas y bajo la insoportable idea de que podemos ser felices y tener éxito todo el tiempo, termino comparando mi vida y mi trabajo con mis perfiles favoritos de la red. Y todos parecen estar haciéndolo mejor que yo.

¿Somos capaces de comunicar nuestra ansiedad y miedos a través de las redes sociales?

A pesar de que mostramos parte de nuestra intimidad en las redes, éstas publicaciones siempre han pasado un filtro. Son nuestra mejor versión. ¿Pero qué sucede en la vida real? Porque cuando estás pasando una mala época y de repente te encuentras con alguien que hace tiempo que no ves y surge la pregunta “¿Qué tal todo? ¿Cómo te va?” yo solo puedo responder con un “Bien, bueno…. algo cansada.” No me parece educado contarle la verdad de cómo me siento y resumirle mis problemas en treinta segundos en plena calle. Temo que esa realidad le haga sentir incómodo.

A pesar de lo que diga la diosa Lykke Li, estar triste no es sexy. Nos cuesta hablar de nuestra pena, de nuestros problemas económicos o de nuestra última ruptura, porque entendemos que son nuestras debilidades. Las ocultamos debajo de la alfombra para seguir proyectando continuamente una imagen positiva, porque sin eso, el espejismo se rompe. La tristeza es parte de nuestra vida, como lo es la alegría. Quizás si fuéramos capaces de compartirla lograríamos diluir esa ilusión de perfección infinita. Quizás con eso acabaríamos por aceptar de una vez nuestras imperfecciones.

 Sara Herranz, @saraherranz