Sumergirse en el océano es, a día de hoy, como embarcarse en la Enterprise y navegar por el espacio junto al capitán James T. Kirk y su tripulación. Labor de pioneros, sin duda, pero eso sí, pioneros del siglo XXI, sin peligros ni complejas naves estelares.
Alquilar un equipo de buceo e introducirse de forma “deportiva” en el mar para ver en directo las maravillas de otro planeta, no solo no supone ningún riesgo sino que apenas cuesta unos pocos euros.
El Océano, la última frontera, donde las estrellas son, bueno eso, estrellas de mar.
Todo lo que la mayoría de la gente conoce sobre el mar es lo que, con una importante infraestructura y numerosos medios nos ha regalado la BBC o la National Geographic. Una imagen lejana de algo que convive con nosotros, peor aún, la imagen simpática pero terriblemente distorsionada que nos ofrecen continuamente las películas infantiles, en las que se reiteran mitos como el de que los peces no tienen memoria o en las que se les atribuyen sentimientos y reacciones humanas. Los mares, los océanos… son muchísimo más que lo que podamos ver a través de la televisión.
A día de hoy, apenas hay lugares de costa en los que no se apiñen los centros de buceo. Centros con los que poder dar un paseo por el fondo marino en 3D, sonido e imagen, en vivo y en directo.
Bucear es algo importante si deseamos conocernos y, sobre todo, si deseamos conocer el lugar en el que vivimos. Un paseo por los fondos de la costa cercana, o no, nos permitirá entender el porqué de ciertas costumbres, ciertas leyendas, ciertas realidades.
Te lo piensas dos veces antes de tirar un trozo de plástico a una papelera llena, cuando has visto un trozo similar afeando un maravilloso espacio natural bajo el mar o, peor si cabe, asfixiando a un ser vivo. Pasa lo mismo con esa lata de refresco oxidada que araña y mata al pobre cangrejo ermitaño que la seleccionó como hogar. Cambiamos la visión pintoresca que nos pueden dar esos peces disecados colgados de paredes o techos de bares y restaurantes. Pensar que muchas de esas especies están al borde de la extinción solo porque resultan “exóticas”… la de kilos de plomos para pesca que se pueden recoger en una sola inmersión… redes abandonadas que continúan matando sin ningún provecho, o un ecosistema sobre explotado y roto que nos muestra un declive y un futuro incierto… pero que aun así, nos muestra un rostro amable tras nuestras gafas de buceo, lleno del color y la magia de lo que está por explorar.
Acercarnos a esa magia, convertirnos en pioneros, en exploradores, cruzar la última frontera, apenas nos supone una mañana o una tarde, acercarnos a un centro de buceo y por una módica cantidad (30 / 50 euros) obtener unas nociones básicas, el equipo necesario, aprender lo sencillo de su uso y ser guiados en todo momento en este nuevo y apasionante mundo merece la pena. ¿El resultado? Una experiencia que en ningún caso nos dejará indiferentes, que podremos compartir con nuestros amigos y que, sin duda, nos acercará a nuestra historia y también a nuestro entorno, pudiendo en muchos casos, enganchar y dar pie a realizar un sencillo curso que nos permitirá seguir buceando y explorando; el bautizo, que es como se llama a este primer contacto, será la puerta para cruzar esa frontera y descubrir una nueva dimensión.
Francisco Fernández Joaquín Gutiérrez