Increíble ver cómo a la mayoría de los adultos le tiemblan las piernas al ver “el fenómeno Greta”. Increíble también la acción-reacción, me tiemblan las piernas y despotrico. Así, sin más, como si fuera la reacción lógica directamente relacionada con dicho temblor de piernas.

Lo cierto es que el cubo de basura de mi casa solo tiene un color (mea culpa), quizá para el nuevo año me proponga ser parte del arcoíris del reciclaje activo pero imposible negarlo, aún estoy en vías de poderme sentir parte de ese cambio que el mundo ya ha comenzado en pro del propio mundo. Pero esto no me lleva al ataque, ni si quiera a la defensiva, ante “el fenómeno Greta”. Esa niña, hablemos con cierta propiedad, esa chica, despierta en mí dudas más que rechazo. Y no la cuestiono a ella, hacerlo es de principiantes, cuestiono al sistema, cuestiono la dejadez, me cuestiono. Y sí, cuestionándome todo esto, llego a la conclusión de que premeditado o no, este fenómeno se ha convertido en una de las estrategias de marketing mejor trabajadas a lo largo de la Historia.

Son ellos, los más jóvenes los que protestan para que les dejemos un mundo si no mejor, por lo menos, igual que aquel en el que nosotros hemos vivido. ¿Es justo? Lo es, da igual el color con el que tiñas tus ideas, no existen opciones para una pregunta así.

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El argumento más manido… “¿esa niña no debería de estar estudiando?”. No sé si es por el género o  por el ambiente pero lo cierto es que nadie se preocupó por Messi o Cristiano durante aquellos años de juventud que tan solo dedicaban al llamado deporte rey. Años que no nos reportarían nada a los demás, salvo, claro está, el mejor fútbol de todos los tiempos. ¿A quién le importa si nuestros nietos vestirán o no mascarillas el día de mañana? Lo que verdaderamente importa es si Greta viajaba en primera aquel día que, tras semanas de tensión, se sentó en un vagón de tren camino del hogar en épocas navideñas y lo compartió con el mundo en sus redes sociales. De la misma forma que lo haría cualquier otro adolescente del planeta.

 
Paola Bonilla