La lavadora está dando vueltas al suéter de aquella persona que quise tanto. En las películas de los dos miles, si pasas por esa secuencia en la que la protagonista está días en el sofá viendo la tele, sollozando y devorando tarrinas de helado de un litro, luego todo se soluciona solo. Yo oigo esa voz que me dice, “corre, corre, supera este momento. Puedes estar decaída, desahógate si quieres pero, cuidado, no desaparezcas demasiado tiempo. Tienes que producir. Dibuja algo positivo. Estás siendo muy pesada, relativiza. Lo que te ha pasado a ti le pasa a mucha gente. VENGA, COMPAÑERA, ARRIBA.” Y yo sé que la tristeza sirve para algo. Te dice: “¡EH! Eso que has perdido es importante. Para. Haz el duelo. Honra esa pérdida.” Pero los ritmos de superación que se imponen desde el sistema poco tienen que ver con los tiempos de las personas que vivimos los procesos emocionales de forma profunda. 

Quizá haya dos tipos de personas, las que surfean por las emociones y las que bucean. Yo seguro soy de las segundas. No puedo evitar lanzarme a la piscina de cabeza. Soy parte de ese 20% de la población que es altamente sensible y como tal, soy capaz de detectar las mínimas sutilidades de cualquier ambiente. Me afectan las luces brillantes, los sonidos demasiado altos, los olores más imperceptibles. Cuando surgen esos fines de semana repletos de planes, luego tengo que retirarme, volver a mi refugio y recuperar energía. Empatizo exageradamente con el dolor ajeno y también me conmuevo con gran facilidad ante una obra de arte, al escuchar una canción o contemplar un paisaje. Me obsesionan las relaciones humanas. Cuando conozco a alguien nuevo, lo idealizo y me enamoro un poco de él/ella. Enamorarse siendo PAS (Persona Altamente Sensible) es un subidón pero las rupturas son igual de intensas. Mi cabeza siempre está alerta. A veces ocupada analizando hasta la más pequeña decisión. Otras simplemente imaginando futuribles y proyectando escenarios. Los días tranquilos en los que he esquivado estos tormentitos cotidianos ¡ZAS! A las cinco de la mañana me despierto sobresaltada para recordar vívidamente ese comentario desafortunado, aquel mal gesto que solo yo percibí y que ahora se me clava como un puñal en el corazón. Vivir siendo una persona altamente sensible es altamente intenso. Y eso agota. Es abrumador. Me quiero desmayar. No poder colocar una membrana impermeable que me proteja de este áspero mundo me deja muy cansada.

En unos minutos, la lavadora dejará de dar vueltas al suéter de aquella persona que quise tanto. Mientras termina, vuelvo a escuchar un audio que me dejó mi madre hace unas semanas: “Hija, tú eres como La Palma. El volcán ha arrasado con todo lo que conocía pero, después de mucho, muchísimo tiempo, esas tierras serán más fértiles de lo que eran antes. Tú solo necesitas tiempo. Tiempo y paciencia para que empieces a percibir lo que todos estamos viendo ya; la nueva mujer en la que te vas a convertir.” Os confieso una cosa, ¡qué fascinante es ser una intensa! Prefiero ser una intensa que un aburrido y maldito helecho.