El confinamiento nos ha dejado algo terrible: las videollamadas. Sí, ha tenido que llegar una pandemia para que de repente todo el mundo te prefiera videollamar.

Has tenido que vivir un estado de alarma para darte cuenta de que en lugar de escucharte la gente prefiere VERTE. El teletrabajo, la familia, el amigo de toda la vida, el vecino, un primo lejano…¡todo el mundo!. Todo el mundo, de repente, te quiere ver, y por eso te VIDEOLLAMA.

Y eso es una putada. Sí, es una putada. ¿Dónde queda la intimidad? Antes la gente llamaba o escribía para saber qué tal estabas. Ahora la gente videollama para “sa-ver”, dónde estás, cómo es tú casa, qué llevas puesto, qué tal cara tienes, si estás acompañado o más solo que la una… la gente quiere VER.

Hay dos tipos de videollamadas. Las espontáneas, que son indiscretas y van a pillarte. Despeinado, sin maquillar, en pijama, en chándal o en “pijándal”, ese terrible mix. Van a pillarte con legañas, con la cama sin hacer, con el tendedero en medio del salón, con la cocina empantanada, con el niño llorando  sin parar … o en el peor de los casos, con tu amante por detrás como en “Merlos Place”.

Las videollamadas programadas son un alivio porque te dan tiempo a adulterar tu realidad. Son como Instagram. Enseñas solo lo que quieres que vean.

Está demostrado que en una videollamada tú no eres el centro de atención. Eres una “parte” de la atención. El que te videollama está pendiente de la decoración de tu casa, de cómo tienes todo ordenado, de los libros de la biblioteca que dejas ver para enseñar lo culto que eres, de si hay alguien más contigo… En las videollamadas uno está más por los detalles que por lo verdaderamente importante: Tú.

A mí me gusta llamar. Centrarme en la voz del otro lado. En lo que tiene que contarme, decirme, reprocharme o llorarme. No me importa el decorado, solo me importa la persona. Escuchar sin ver. Escuchar imaginando.

Dicho lo cual, como toca adaptarse a la nueva normalidad me he hecho un kit salvavidas. Un peine, una camisa blanca y un poster de una playa preciosa de Málaga. Cuando me videollaman me peino, me pongo la camisa, me coloco en el centro del póster y pongo la lista “Sonidos del mar” de Spotify. Cuando cuelgo recupero mi intimidad y soy feliz con la cama sin hacer, la camiseta del mercadillo y mis cuatro pelos despeinados. Es mi oasis de realidad que vuelve a desaparecer cuando suena la siguiente VIDEOLLAMADA.

Federico de Juan @fede_dejuan