La noche quiere apurar los últimos días del verano, pero el silencio se siente más que el calor. Estoy intentado aterrizar y recuperar la rutina. No hablaré del verano que hemos vivido. Bastante se ha escrito ya.

Por el patio interior de casa suenan las Cariño. “Todo está exactamente igual, los pasos de peatones siguen sin pintar, hay basura por la calle, hay cristales sin limpiar, las terrazas están llenas…”. Y mi nevera vacía. Bajo a la tienda veinticuatro horas a por algo. Despeinada y con una camiseta de Star Wars. La goma del pantalón de mi pijama está cedida. Hago un pequeño nudo con un coletero. Los tiempos del postureo han muerto. En el portal me cruzo con una vecina. Lleva una mascarilla con dibujos de Mickey Mouse. Me parece muy tierna. Ella me mira, pero sigue su camino hasta el contenedor orgánico. ¿Os acordáis cuando todos nos vimos en pijama?

Mientras paseo por la sección de congelados pienso en cómo, hace solo unos meses, conectamos. Fueron unos instantes en los que creímos que todo cambiaría. Hoy hemos perdido esas redes. Un virus nos impone la monogamia social. Reducir los contactos para cuidarnos. Pero estamos y vivimos en red.  Me parece complicado llegar al punto medio entre ambas cosas.

Sentada en el sofá, con un vaso de gazpacho en una mano y el móvil en la otra busco: “¿cómo revivir a tus plantas en cinco sencillos pasos?” y el hecho de que Google auto-complete mi pregunta reafirma lo poco originales que son mis problemas. No quise dejarle las llaves a nadie, pensando que mi sistema de riego con botellas de plástico sería un éxito. Pero no iban a sobrevivir un verano solas.

El individualismo no sirve para nada.  No es más que el triunfo del capitalismo emocional. Tras recuperarme del shock de estos meses y después de vivir un verano con limitaciones, yo no quiero más relaciones precarias y flexibles. Al carajo el amor líquido. Lo que quiero es invertir más tiempo en crearme una buena red de afectos. Una red no especialmente grande, pero basada en vínculos fuertes. Un refugio seguro al que volver frente a las asperezas de este mundo extraño y desgarrador. Y debería hacerme amiga de mi vecina. Seguro que es maja. Quizás no le importe regarme las plantas la próxima vez que me vaya.

Sara Herranz