En este mundo global que vivimos y que se ha vulgarizado al extremo en las últimas décadas, en todos los sentidos de la vida, que en nuestras retinas se haya quedado grabado el perfume que destilaban los armarios de mujeres que han marcado para siempre el tiempo histórico en el que vivieron, seguirá siendo un alivio.

Estos días pasados me desperté con el anuncio del adiós definitivo de una parte importante de nuestra historia reciente. La de las chicas de “Sexo en Nueva York”, Carrie, Samantha, Miranda y Charlotte. Esas que más allá de las tendencias y de los gustos personales, han marcado un tiempo muy concreto de la historia de la moda, de la evolución de la sociedad y del devenir de la vida misma.

Las mías, las retinas digo, atesoran por ejemplo la exquisitez de Audrey Hepburn en “Desayuno con diamantes”; la belleza eterna de Grace Kelly en aquellas escenas de Alfred Hitchcock, que no solo estaban plagadas de misterio sino borrachas de pura sofisticación y moda; el fascinante poderío de Sofía Loren, nadie ha llevado los vestidos negros rotundos de noche como ella, la recuerdo maravillado recogiendo su Oscar honorífico de manos de Gregory Peck con aquellos pendientes extra largos de diamantes; la magia de María Callas, con sus rotundos looks de escena y fuera de ella; la imponente sofisticación de la Jequesa de Catar, Moza bint Nasser al-Missned o de Rania de Jordania; y también, tan de nuestra época, la maravillosa locura, chic y chispeante de Sarah Jessica Parker, mucho más allá de su mítica Carrie Bradshaw.

Así es, en nuestra historia reciente, la de los últimos 30 años, la imagen que guardamos de Sarah Jessica Parker. No solo de su maravilloso personaje contemporáneo en Sexo en Nueva York, no, sino de ella en sí misma, tan dulce como picante, tan caótica como estructurada, tan dispar como atrevidamente chic. Así entiendo yo la moda desde mi perspectiva de analista en tantos años de Fashions Weeks por el mundo, con la locura de los tiempos pero con la elegancia natural de las personas, esa que no compran las tarjetas de crédito, ni todo el oro del mundo. 

Yo recuerdo cada día esa elegancia que marca nuestro perfume de manera natural para hechizar a otros en cada movimiento de mi abuela materna, como una Gracia de Mónaco de su tiempo. Y en cada atrevimiento elegantísimo de mi madre, como una sofisticada Sarah Jessica del suyo.

Ojalá todo eso siguiese latiendo en nuestro presente, pero hoy cuesta encontrar personas que te cautiven por un todo, por la elegancia, la urbanidad, la educación, la clase, la sofisticación y hasta el atrevimiento.

Nos debe quedar un consuelo, más allá de lo tosco de este mundo vulgarizado, más allá de tantos horteras (no es masculino, es genérico) sin dinero o con dinero convirtiendo las modas en chabacanería, más allá de todo desfase por encima de cualquier talento… Más allá de todo, siempre nos quedarán los destellos eternos de aquellas divinas extravagancias de antaño.

Y más allá de Carrie Bradshaw, siempre nos quedará Sarah Jessica Parker. El futuro, mientras, está por venir.

Nacho Montes