Llega el verano y las altas temperaturas que sufrimos cada año son un constante recordatorio de la realidad que nos golpea de frente. El sol, cada vez más intenso, parece derretir el asfalto de las calles, en una especie de rencor personal contra la ciudad, mientras nosotros, simples mortales, buscamos maneras de mantenernos frescos para sobrevivir a las cada vez más frecuentes olas de calor. 

Pero no todo son quejas y sudor en esta historia. La llegada del verano trae consigo una energía estival de ligereza que se percibe en las calles. Las tardes se alargan, las ventanas se abren y uno se asoma un poco a ese mundo de los otros. Con las terrazas repletas, el bullicio se cuela en mi habitación. Puedo escuchar a dos desconocidas que, entre risas y confidencias, parecen haber encontrado un oasis de romance en medio de esta sauna urbana. Contaba Sara Torres que la pausa que brindan las vacaciones ofrece un terreno fértil para el amor. El enamoramiento, ese estado tan particular donde la mente y el corazón se deleitan en la holgazanería, encuentra su máxima expresión en el verano, cuando la actividad más rutinaria y productiva parece disolverse ante la promesa de los días largos y las noches cálidas.

Así que imagino el romance de verano de estas dos desconocidas: el roce casual de manos en esas caminatas de vuelta a casa haciendo tiempo hasta que refresque, los primeros bailes en las verbenas con el sudor resbalando por la frente y el corazón latiendo a mil por hora, los secretos susurrados al zumbido de un ventilador de techo en esas noches tropicales que no bajan de los veinte grados… Es lo que sucede con la burbuja del enamoramiento. El mundo sigue siendo un lugar frágil, lleno de incertidumbre, pero de pronto y por un instante olvidamos que, probablemente, en quince o veinte años estaremos peleándonos por el último cubo de agua de una tierra ya muy poco habitable. 

Mientras el termómetro no para de subir, el amor sigue siendo una pequeña broma cósmica en medio de un mundo al borde del colapso. Una se enamora y baja el volumen del mundo, y el ruido de la vida cotidiana queda tan, tan lejos, que hasta se siente que no hace tanto calor en el verano más caluroso que viviremos.

Sara Herranz