Todas las noches me digo lo mismo: hoy me duermo temprano. Y todas las noches termino igual: tumbada con el móvil en la mano, la cara iluminada y el pulgar atrapado en un scroll infinito. Es un gesto tan automático que ya no lo pienso: deslizar, deslizar, deslizar. Ni siquiera sé qué estoy buscando. Tal vez nada. Tal vez esa nada sea precisamente lo que necesito.
Es más como abrir por quinta vez la nevera cuando no tienes aún mucha hambre, solo que aquí siempre hay algo nuevo: reels de recetas que jamás haré, una cita feminista junto al outfit de una chica de veinte años en Berlín, un incendio forestal, un vídeo de un gato disfrazado de plátano, un story de apoyo al pueblo palestino y, tres stories después, tu amiga cogiendo un avión para irse de vacaciones. Historias inconexas se encadenan con la actualidad en titulares y memes absurdos. Un presente fragmentado donde convive la tragedia con el meme y la indignación con la monería, todo en la misma línea narrativa sin ningún pudor. Todo revuelto. Todo sin orden. Una sopa informativa perfectamente servida para mi insomnio.
Durante esa última hora, y como si de un conjuro se tratara, el scroll infinito me arrastra a ese limbo en el que el tiempo se para. Un espacio sin principio ni fin, donde la última publicación se evapora y se encadena con la siguiente. Es como soñar despierta. Un goteo constante de estímulos que me adormece, pero no me suelta.
A veces me descubro con el cuello adelantado, los hombros encogidos, los ojos pesados. Pero incluso esas señales físicas parecen lejanas, como si fueran de otra persona que usa mi cuerpo en otro plano. El trance del móvil es así: no quiere que sientas demasiado, pero tampoco que te desconectes del todo. Mantiene esa tensión mínima, suficiente para que sigas en su mundo, pero anestesiada del tuyo.
Podría dejarlo en cualquier momento. Igual que podría levantarme en medio de una película y no ver el final. Pero siempre hay otra escena, otro story, otro titular. Y ahí está la trampa: el teléfono no promete nada, solo la sensación de que algo está a punto de pasar. Como una máquina tragaperras que, cada vez que tiras de la palanca, te dice: «casi «.
Así que sigo. Una vueltita más por el feed y me duermo. Prometo que será la última.
Sara Herranz


























