La soledad se admira y desea cuando no se sufre, pero la necesidad humana de compartir cosas es evidente.
Carmen Martín Gaite.
El estudio sobre Juventud y Soledad No Deseada en España presentado en febrero de 2024, recoge datos alarmantes.
El 25,5% de los jóvenes españoles de entre 16 y 29 años se sienten solos. Actualmente, el 69% de las personas de este mismo rango de edad se sienten solas ahora o se han sentido solas en algún momento de su vida.
El tiempo que manifiestan estar sintiendo esta soledad es también preocupante con tres de cada cuatro jóvenes que dicen sufrir soledad no deseada (75,8%) hace más de un año, y casi la mitad (45,7%) desde hace más de tres. Además, esta soledad, la soledad juvenil afecta más a mujeres (31,1%) que a hombres (20,2%) y en mayor medida a quienes tienen entre 22 y 27 años.
La soledad juvenil, según recoge este estudio, tiene una serie de características psicosociológicas destacadas. Afecta especialmente a jóvenes en desempleo, en situación de pobreza, a jóvenes que han sufrido acoso escolar o laboral, con mala salud física o mental, con discapacidad, origen extranjero o miembros del colectivo LGTBI.
Una epidemia social
¿Estamos frente a una epidemia social? ¿La soledad puede ser un factor determinante que nos defina en los próximos años? Pues parece que así es. Y no es algo que esté por venir. Según demuestran los datos recogidos en el informe, es un fenómeno que se lleva construyendo hace mucho tiempo.
Lo más llamativo de este reciente estudio es cómo la soledad no deseada parece estar extendiéndose cada vez más … como una epidemia.
Ya hace años el Observatorio Estatal de la Soledad No Deseada, nos alertaba de que un 43% de las personas viven solas en España y que la mayoría tiene más de 65 años, advirtiéndonos así del aislamiento que parecía estar acompañando a nuestro envejecimiento. Una situación que sumada a otros posibles factores de riesgo, como el posible deterioro de las capacidades físicas o cognitivas, aumenta la vulnerabilidad de estas personas frente a esta problemática y la probabilidad de que se adentren en un aislamiento social progresivo, con consecuencias muy negativas, tanto para su salud física como mental.
9 millones de británicos se sienten solos
Ya hace un tiempo, Reino Unido nombró a un responsable ministerial para la soledad. Su objetivo, en principio, consistía en corroborar e investigar lo recogido en varios años, nueve millones de británicos manifestaban sentirse solos. Siempre o a menudo. Para algunas personas, esto fue una gran una sorpresa.
Pero lo cierto es que la soledad y el aislamiento social van en aumento, llevando a algunos a considerarlo una epidemia. Los datos que ofrecían los diferentes estudios destacaban cómo en las últimas décadas el número de personas sin una sola persona de confianza, se ha triplicado. Además de este dato, se recogía cómo la mayoría de los adultos no pertenecían a ningún grupo comunitario o asociación. De ningún tipo.
La soledad no deseada en un mundo hiperconectado
A pesar de estar viviendo en un mundo hiperconectado, el número de personas que se siente sola, es alarmante. Especialmente en personas más jóvenes de 25 años o mayores de 65 años. Aunque la media está en quienes tienen alrededor de 45. En Estados Unidos, las tasas de soledad se han duplicado desde los años 80.
El impacto de la falta de conexión social es evidente. Y su incidencia sobre la salud mental cada vez más preocupante. Cuando creemos que tenemos personas en nuestra vida que se preocupan por nosotros, interactuamos frecuentemente con ellas, nos sentimos mejor. Esto tiene incidencia no solo en nuestra salud mental, también en la física. Es menos probable que te resfríes o sufras un infarto si te sientes conectado a otras personas. Si te sientes querido. Obviamente, la incidencia de la soledad en los trastornos como la depresión o el declive cognitivo es evidente.
Diferentes estudios asocian esta conectividad social con una mayor capacidad de recuperarse de un revés económico, de una enfermedad o, incluso, en el hecho de vivir más. Es lo que arroja un estudio longitudinal de la Universidad de Harvard, durante 75 años, que identifica claramente, la calidad de nuestras relaciones como el mejor predictor de la salud física, la longevidad y la calidad de vida.
El reto de la soledad
Pero el reto de la soledad sigue estando muy ausente del discurso habitual de la salud, de la práctica y entrenamiento sanitario, y de la preocupación del público en general.
Quizás ha llegado el momento de dedicarnos a ello. De estudiar la implementación de iniciativas que promuevan la salud social -definida como la capacidad de la persona para formar relaciones, así como la ayuda que provee o recibe, y el grado en que se siente conectada con otras personas-.
Debemos cuidar nuestra salud social
Debemos aprovechar la corriente de concienciación existente sobre la salud mental para promover, al unísono, la salud social. Entendiendo que ambas están profundamente imbricadas.
Algunos investigadores como J. Holt-Lunstad de la Universidad de Brigham Young evaluaron la conexión social utilizando criterios ampliamente reconocidos en Salud Pública, como puede ser el tamaño, la severidad o la urgencia. Luego compararon estos datos con los obtenidos para prioridades consolidadas como la nutrición o el uso de tabaco. A pesar de no recibir de lejos recursos similares, la conexión social cubre, y en algunos casos excede, el impacto de otras prioridades más consolidadas en salud pública.
La propuesta de estos grupos de investigadores -asumida ya por algunos estados-, es actuar de forma contundente, incluso utilizando el marco habitual de las prioridades de salud pública. En definitiva, se trataría de reconocer la conexión social como una de ellas, siendo conscientes de su impacto en la salud mental y física de las personas.
Estas iniciativas pueden marcar el comienzo de un cambio hacia la consideración de la salud en su vertiente social, además de la física y mental.
Leocadio J. Martín Borges, psicólogo.