Aún no es tarde. Oigo el zumbido de un mosquito, algo de bullicio en la calle, la risa de la vecina de abajo, los graves de una canción de Bad Bunny. “No quiero que nadie más me hable de amor. Ya me cansé. Todos esos trucos ya me los sé. Esos dolores los pasé”. Elimino un audio de dos minutos y medio que estaba a punto de enviar. En él he pasado del llanto a la risa inevitablemente. Me pregunto si puedo dejar de ser tan particular, tan rarita, durante al menos tres minutos. “Me duelen tantas cosas. Sin saber por qué”. Envidio fuerte a esas personas tibias, inalterables. Esas personas que viven en la superficie, con sus emociones higiénicas acompañadas siempre por música de stock. ¡Pero qué aburrimiento de existencia! ¿No? Yo amo y odio con intensidad, y mi banda sonora es una orquesta instrumental.
Apago la lámpara de la mesilla. Tengo las pupilas dilatadas, el pelo limpio y los auriculares puestos. María José Llergo canta para mí. “Las penas que con tu luz se van. No vuelven”. Para algunos es más simple olvidar. Para mí nunca ha sido fácil. Me he hecho mayor. Pero aún no es tarde. Me digo “no”. Aún no es tarde. Mírate, qué pizpireta en tu piso de cincuenta metros, con tus muebles nórdicos vintages, tu planta monstera y tu baño con bidé del año setenta. Mírate, con qué confianza subes ese selfie con el filtro de orejitas de elfa. A estas horas ya solo puedo abandonarme al deseo de la liviandad. Poco más. “La verdad es que ya no me apetece recapacitar. Ni poner en marcha nada. Ni recuperar algo de emoción, un pequeño crush”. Aún no es tarde. No. Pero no estoy preparada para volver a jugar, ni revivir la historia de siempre, de dos que tropiezan, se agarran de la mano, y se dejan llevar intensamente. Sigo débil para el segundo round, y cada vez más cómoda en mi soledad. Estoy en mi mejor peor momento.
Cierro los ojos. Le doy play a la última canción. Rigoberta me dice: “ven a bailar, ven con tu espíritu”. Yo sé que pronto saldré a bailar y me apoyaré en la barra de algún bar. ¡Una ginebra con tónica! ¿Qué? ¡Una ginebra con tónica, por favor! Y moveré fuerte este melenón que me empeño en dejar crecer como si volviera a tener veinte años (porque soy un bombón, “el pelo hasta el culo, el bolso Louis Vuitton”) y sudaré y, poco a poco, esta angustia congénita se irá quedando atrás, muy atrás, hasta que resulte ridícula, minúscula, una nimiedad. Adiós, adiós. Aquí ya nadie te quiere, estúpida tristeza. Estamos aburridísimas de ti.
“Lo bueno es que lo malo está por terminar. Pronto, pronto, pronto.”