Hoy en día es bien sabido que una de las áreas más importantes en la vida del ser humano es la social. Es decir, sabemos que necesita relacionarse con otras personas para mantener un buen estado de salud y equilibrio físico, psicológico y emocional. Pero si bien estas relaciones son básicas y muy necesarias, hay otra que tiene igual o más importancia: la que uno mantiene consigo mismo. 

En función de cómo sea esta relación, de si está basada en un amor tolerante, bondadoso y compasivo o si parte del rechazo, la desaprobación y el desprecio, nuestra experiencia de vida puede ser radicalmente distinta. Se trata de un vínculo que siempre viene determinado por nuestra autoestima.

¿QUÉ ES?

La autoestima es el valor que cada uno se da a sí mismo, lo valioso que uno se siente. En función de este valor se enfrentará a los retos inesperados de la vida de una forma u otra, apostará por más o dejará pasar oportunidades, se sentirá capaz y merecedor de tener éxito y de que le pasen cosas buenas, pondrá límites o saldrá de una relación aunque le cueste cuando se dé cuenta de que ya no debe seguir allí. En definitiva, la autoestima determina e interfiere de forma directa en todas las áreas de nuestra vida, en cómo nos tratamos y cuidamos y en cómo tratamos y nos relacionamos con los demás. 

«La autoestima es el valor que cada uno se da a sí mismo«.

¿CÓMO SE FORMA?

Nuestra autoestima se construye principalmente en la infancia, a través de los mensajes de reconocimiento o desaprobación que recibamos de nuestros padres y de las personas que más influencia tengan para nosotros, y a través del afecto o las carencias a nivel afectivo también por su parte. 

En función de la presencia o ausencia de estos ingredientes uno va llegando a unas conclusiones de cómo es, de sus cualidades y talentos, así como de sus dificultades y limitaciones.

Es una idea de ti mismo, a menudo irreal y distorsionada, con la que creces y en la que crees sin ni siquiera cuestionártela. Como si fuera para ti una verdad absoluta. Incluso en algunos casos, puede que si lo analizas de forma racional, te des cuenta de que no tiene mucho sentido, pero lo sientes así de todas maneras. 

Es importante, por ello, que los padres tengan plena consciencia del papel importantísimo que tiene su labor en la construcción de la autoestima de sus hijos.

Que entiendan que en función de cómo ésta sea se convertirán en adultos que se atreverán a vivir la vida que sueñen, se enfrentarán a sus miedos y a los desafíos que se encuentren en el camino y serán seres independientes y libres, que elegirán rodearse de quien les sume de verdad o, por el contrario, puedan convertirse en adultos llenos de inseguridades, que renunciarán a múltiples oportunidades y que quedarán atrapados en relaciones claramente tóxicas en las que generarán dependencia emocional. 

¿CÓMO FORTALECERLA?

Lo primero que debemos tener muy claro es que nunca es tarde para iniciar un proceso para fortalecer la autoestima. Tengamos la edad que tengamos y estemos en la situación en la que estemos, invertir en una mejora de la relación con uno mismo siempre es positivo. 

>> Lo más recomendable es hacer un proceso de crecimiento personal que nos permita revisar esos capítulos más determinantes de nuestra vida, los que más han interferido en la construcción del adulto que somos hoy, los que dejaron heridas que siguen doliendo cuando las rozamos, esas que nos convierten en personas inseguras, que se comparan constantemente con los demás, que no ponen límites, que siempre van salvando a otros y olvidándose por completo de sí mismas… o personas que tratan mal para no sentirse tan pequeñas, que menosprecian, que tienen constantes altibajos emocionales, que se desequilibran a la primera cuando algo no sale como está previsto… Acudir a un psicólogo experto para que nos ayude a hacer este viaje interior, sin duda, será la mejor opción. 

>> También es importante que una vez que tengamos claro y seamos conscientes de dónde venimos y qué es lo que nos ha marcado, que logremos aceptarnos con ello, que no nos rechacemos, sino que tengamos la capacidad de perdonar y de perdonarnos por todos los errores. Si no somos capaces de perdonar, seguiremos cargando un peso innecesario que hará muy difícil que podamos avanzar. 

«Para tener una buena autoestima hay que soltar la víctima y hacerse responsable«.

>> Analizar cómo nos tratamos en el presente. Cómo nos hablamos, qué nos decimos y cómo nos cuidamos. Debemos ser conscientes también de si nos tratamos bien o mal, si nos insultamos o quejamos de forma constante, si estamos anclados en la postura de víctima, repitiéndonos que los demás son siempre los culpables de todo. Frases como “soy imbécil”, “no puedo”, “no valgo”, “no soy suficiente” o “soy un fraude”, repetidas una y otra vez a lo largo de los años, calan muy profundo en nuestra forma de vernos e interfieren en nuestra forma de vivir. 

>> Responsabilizarnos. Para tener una buena autoestima hay que soltar la víctima y hacerse responsable. Se trata de decir: “de acuerdo, me ha pasado esto, me han tratado así, no he sabido gestionar aquello… lo sé, pero… y ahora, ¿qué? ¿Qué es lo que puedo hacer a partir de aquí? ¿Qué opciones tengo? ¿Por dónde empiezo?”

Este último paso es, quizá, uno de los más importantes porque para que consigas dejar de pensar en que no puedes y no eres capaz tienes que empezar a enfrentarte a eso que te da miedo. Solo así podrás demostrarte a ti mismo que sí que puedes lograrlo. 

Silvia Congost, psicóloga.