Desde pequeños, consciente o inconscientemente, asociamos la comida con las emociones. Hay personas a las que la ansiedad le quita el apetito, mientras que a otras se lo dispara. Pero, ¿por qué ocurre esto? En The Pocket Magazine hemos hablado con Boticaria García para conocer lo que hay detrás de la denominada “hambre emocional”.
Un tipo de hambre de la que Marián García, doctora en Farmacia y nutricionista, habla en su último libro titulado “Tu cerebro tiene hambre”, y del que es muy importante que tomemos consciencia afín de conseguir gestionarla de la manera más saludable posible.
Qué es el hambre emocional y cómo podemos detectarla
Dicen que “las penas con pan, son menos”, una frase tan popular como “peligrosa” pues vendría a significar que la tristeza se reduce con la comida, en este caso, con el pan.
Sin embargo, tratar de aliviar las emociones “negativas” como la tristeza, la rabia, el aburrimiento o la ansiedad con alimentos es contraproducente. A pesar de que, quizás, desde pequeños se haya utilizado la comida como analgésico (para una rabieta) o premio (sacar buenas notas).
Teniendo esto en cuenta, el hambre emocional es el que surge no como una necesidad fisiológica sino emocional. De hecho, en palabras de Boticaria García, “es el responsable de causar el cortisol que corre por nuestras venas cuando estamos estresados”.
Pero no es solo que tengamos “más hambre”, es que el estrés también es capaz de impedir o dificultar que nos lleguemos a sentir saciados y, por consiguiente, comamos todavía más.
“El cortisol provoca que desde el estómago se libere más hormona grelina, la responsable del hambre, y que desde los adipocitos, desde las células grasas, se libere menos leptina, que es la hormona responsable de la saciedad. Si los adipocitos están averiados no son capaces de enviar correctamente las señales de saciedad por lo que requerirán más comida”.
Y en caso de tener duda, ¿existe alguna forma de detectar qué tipo de hambre tenemos? Nuestra doctora en farmacia y nutricionista sugiere que nos preguntemos “¿de qué tengo hambre?”, la respuesta podría darnos una pista sobre si se trata de hambre emocional o real.
“El tipo de alimentos que nos apetecen con el hambre emocional son dulces o muy grasos… ¡no es hambre de brócoli!”
Boticaria García
Una vez la hemos detectado, ¿qué podemos hacer para gestionarla?
Uno de los principales hándicaps del hambre emocional es que nos empuja a consumir “alimentos dulces o muy palatables, que nos hacen liberar dopamina, como una manera de afrontar las emociones”, explica García.
Por consiguiente, determinados alimentos pasan a ser una peligrosa fuente de dopamina (el neurotransmisor del deseo) y se convierten en “un refugio que nos ofrece “cariñito” y nos hacen seguir comiéndolos en bucle”, señala nuestra experta.
¿Y cómo podemos sustituir esa fuente de dopamina perjudicial por una saludable? Boticaria García nos da algunas alternativas que pueden servirte de gran ayuda.
“Yo propongo salir de este bucle con fuentes saludables de dopamina como puede ser pasear al sol, hacer ejercicio, escuchar música, cantar, tocar un instrumento, la relajación, la meditación… y especialmente las relaciones personales. Cuando tenemos hambre emocional podemos ir a buscar a un compañero en el trabajo que nos dé una buena conversación o hacer una llamada de teléfono a alguien querido. Esto también es otro tipo de “refugio”, pero del bueno”.
Los fármacos y el hambre emocional
Si alguna vez has acudido al médico de familia por hambre emocional, es probable que te haya recetado un fármaco para controlarla. En líneas generales, los “hackeadores del hambre” como los llama Marián, lo que hacen es “engañar a nuestro cerebro haciéndole sentir que está saciado aún sin haber comido”.
No obstante, esto ni es una solución definitiva ni es recomendable para todos los casos. Por eso, hay que tener mucho cuidado a la hora de hacer uso de ellos.
“Se trata de fármacos sujetos a prescripción médica que no se han diseñado para quitarnos “esos cuatro kilos demás” sino que están indicados para personas con obesidad o para personas con sobrepeso que presenten otras enfermedades al mismo tiempo (como diabetes tipo 2).
Son herramientas realmente útiles con las que se puede perder actualmente entre el 10-15 % del peso (y hay fármacos en estudio con resultados del 25 %). Sin embargo, es fundamental establecer unos hábitos saludables de alimentación y ejercicio mientras se usan estos fármacos para evitar el famoso “efecto rebote”.
El hambre emocional, ¿consecuencia del estilo de vida frenético actual?
Quizás disponer de media hora para comer en el trabajo y alimentarnos a base de ultraprocesados por falta de tiempo o cansancio no sea lo mejor para prevenir el hambre emocional.
Si bien es cierto que “el mecanismo por el cuál el estrés libera cortisol existe desde la prehistoria”, el problema que existe hoy en día con el hambre emocional y el estrés es que no se activa por los mismos motivos, por lo que la respuesta acaba no siendo la más adecuada.
“Para sobrevivir al Excel, es decir, al sedentarismo, no necesitamos azúcar sino sentadillas”
“Cuando existía estrés en aquella época (porque nos perseguía un león) sí que podía ser interesante desarrollar mecanismos que nos hicieran comer alimentos más grasos o azucarados para tener energía y poder sobrevivir. Hoy para sobrevivir al Excel, es decir, al sedentarismo, no necesitamos azúcar sino sentadillas”, puntualiza García.
Tres consejos para gestionar el “hambre no hambre”
Nuestra experta en nutrición hace hincapié en tomar medidas desde que seamos conscientes de que tenemos este tipo de “hambre no hambre”. Por lo que, al preguntarle sobre consejos para aprender a gestionarla, García nos da las siguientes recomendaciones:
“Lo primero es aprender a dialogar con tu hambre para identificar si es hambre-hambre o no. Si después de satisfacer el hambre te sientes culpable es probable que no se trate de hambre-hambre. Lo segundo es conocer las técnicas de alimentación consciente o mindful eating. Nos ayudarán a tener una relación más sana con la comida. Por último, (pero no menos importante) es practicar ejercicio físico de forma regular ya que no solo ayuda a “quemar energía” sino que con su práctica se generan compuestos capaces de ayudar tanto a la microbiota como al cerebro en distintas tareas, entre ellas, la de la saciedad”.
Así que, antes de morder el anzuelo de la tristeza o engullir la ansiedad, respiremos. Sintamos. Aprendamos a distinguir entre el hambre que se siente en el estómago y el que surge en nuestras emociones. La comida puede llenar un vacío momentáneo, pero solo la autocomprensión puede nutrirnos por completo.
Devo López.