El confinamiento nos enseñó muchas cosas. A ordenar lo que ya estaba ordenado, a limpiar lo que ya estaba limpio o a lavarnos las manos hasta casi desgastar las huellas dactilares. El “coronaencierro” necesario nos enseñó que llevar mascarilla y guantes de látex no es tan gracioso como cuando jugábamos a los médicos de pequeños. Pero, sin duda, la enseñanza más dura que nos llevamos de estos meses de “parálisis” es la del distanciamiento. Éramos un país de juntarnos, de abrazarnos, de achucharnos, de besarnos, de querernos.
Llegado este punto, todos tenemos la tentación de pensar en qué pasará ahora. ¿Viviremos en una España diferente a la que conocíamos ¿Seguiremos pegados al bote de gel hidroalcohólico por el miedo a revivir la pesadilla? ¿Chocaremos los cinco con guantes?
Desde mi humilde balcón lanzo un consejo: vivamos el hoy, no el mañana. Y el hoy nos dice que hemos sabido enfrentarnos a algo para lo que no estábamos preparados, ni física ni psicológicamente. El puente del mañana ya lo cruzaremos. Vivamos cada día apurando sus 24 horas sin perder ni un segundo porque nadie sabe qué pasará. Ni el chico de la curva, Fernando “afonías” Simón, ni el gobierno, ni la oposición, ni la OMS, ni siquiera nuestro Dios patrio, Amancio Ortega. Tenemos la suerte de seguir aquí, VIVIENDO. Hagámoslo y a pesar de lo sufrido recordemos los buenos momentos y todo lo que aprendimos en este encierro vírico.
Yo me quedo con el mote que mi familia me puso tras comprobar mi hasta entonces desconocida destreza limpiando los baños: me llaman “Don Limpio”. También soy casi calvo, así que doblemente bueno el mote. ¿Quién no ha descubierto un rinconcito en sus armarios que aún no conocía o ropa que jamás pensó que tenía? ¿Quién no ha experimentado cómo calcinar un bizcocho? Sí, calcinar, porque está claro que cocinar no se nos da bien a todos.
Creímos que por arte de magia el confinamiento sacaría nuestro lado Master Chef… y no. Como cocinero sigo en cuarentena, pero preparo unos menús en Netflix con palomitas para chuparse los dedos. Eso sí, si algo nos ha dado el confinamiento es tiempo para ver series. Eso y mucha marcha en los balcones. En ocasiones ha sido difícil combinar el “Resistiré”, con el himno de España, una cacerola en la mano y apagar y encender luces, pero lo importante eran los aplausos. Me despido pidiendo que ese aplauso a los profesionales sanitarios siga tronando en nuestras cabezas para siempre. Nos recordará que estamos vivos.
Federico de Juan