Once no son muchos años de vida para un pueblerino que corre por las calles del Madrid de 1982, con todo lo que eso supone: el PSOE acababa de ganar las elecciones y en todas partes se veían dibujos de una rosa en un puño, las casas de la capital estaban adornadas por la visita del Papa y sus inquilinos agitaban unos cartones con forma de alas blancas que sonaban como si aplaudieras. Los madrileños respiraban una euforia inusitada, solo empañada por las explosiones de una banda terrorista.  Estímulos para una población que aún vivía años de retraso con respecto a la historia del resto de Europa y miraba perpleja el tsunami cultural que se le venía encima. El mundial de fútbol, la movida madrileña, el concierto de los Stones (sus satánicas majestades en un Madrid que acababa de abrir los ojos a la modernidad), un Michael Jackson con chaqueta roja que ocupa las portadas de todos los telediarios con su Thriller, la primera feria de Arco, la guerra de las Malvinas, la entrada en la OTAN… La música se tambalea ante el nuevo formato, el CD, cuando aún no habíamos superado la guerra del VHS contra el Beta. Carrillo dejaba la política, se estrenaba Blade Runner, Oficial y Caballero y quizá porque ese año se alinearon los planetas, literalmente, o quizá por el exceso de estímulos que le llegaban a un muchacho preadolescente recién llegado a la capital. Alguno de ellos desde la radio “Cadena del Wáter”, en concreto el mal considerado peor álbum de Queen. 

Yo le quitaba los discos a mi hermana siete años mayor que yo. Alaska y los Pegamoides, Nacha Pop, Radio Futura, La Mode, Mecano, los Ilegales, Siniestro Total, quizá mi preferido Burning. Todos ellos se quedaron en el cuarto de mi hermana tras escuchar  una canción de un  álbum con portada en cuatricromía, Cool Cat (Hot Space, 1982) de un grupo del que aún no sabía absolutamente nada aunque con el tiempo descubrí que sus inicios, nada fáciles, databan de 1970, del 27 de junio exactamente, fecha en la que dieron su primer concierto como Queen, un evento benéfico de la Cruz Roja (auditorio de Truro, Cornualles, Reino Unido). Las tardes de música sucedían en casa de Javi, mi compañero de colegio, que a su vez  le quitaba los discos a su hermano mayor. Police, Rolling Stones, U2, The Cure, Dire Straits, Pink Floyd, Black Sabbath, Deep Purple, A-ha, y… Queen. Aquel fue mi “primer contacto”, desde entonces buscaba en el dial ansioso por encontrar alguna de las canciones de la que pasó a ser la más importante banda de mi adolescencia. Era inimaginable, por aquel entonces, pensar que la banda hubiera sufrido tantos rechazos en sus inicios. En este 1982 el mundo ya había disfrutado de éxitos como Keep Yourself Alive, Bohemian Rhapsody, Killer Queen, You´re my best friend, Love of my life, We will rock you, We are the Champions o Don´t stop me now. Mi desconocimiento no tiene más excusa que la de mi temprana edad y la necesidad de coincidir con ellos en la radio. Cool Cat se escuchaba de cuando en cuando, pero Under Pressure (con David Bowie) era lo más porque como decía Freddie, “ellos cantaban para los del final de la sala, para los marginados” y adivinen cómo se sentía un preadolescente en 1982…. Sí, siempre bajo presión.  

En mis años de desconocimiento la banda se había consolidado y los críticos hablaban ahora de un mal álbum. Atrás habían quedado momentos de tensión con la productora Trident, de desconcierto ante algunos problemas de salud de Brian May que enganchó una reacción adversa a una vacuna en 1974 que le gangrenó el brazo (que por poco no le amputaron) con una complicada hepatitis diagnosticada en NY cuando iban de teloneros de Mott the Hoople, de cambios de looks como el de Freddie al cortar su larga melena azabache y optar por un copioso bigote… Momentos de infinidad de momentos en Montreux y giras exitosas por el mundo. Sí, y yo al margen de todo esto.

Tras el primer contacto con Cool Cat mi amistad con Javi, siendo yo un chiquillo muy fácilmente influenciable en un mundo terriblemente influenciador, me llevó a colocar en el podio a “La Policía” y a U2. Pero la música clásica era algo que también tiraba de mi, en concreto los discos de Wagner que el padre de Javi tenía en un pequeño despacho y que fueron los comienzos de mi amor por la ópera. Descubrir Bohemian Rhapsody siete años después de su estreno hizo que la banda británica se elevara a lo más alto en mi selección. Aunque dando marcha adelante en mi cronograma particular la friolera de 10 años, creo que el broche de oro final del gran Freddie Mercury vendría tras las Olimpiadas de Barcelona. 

Por aquel entonces toda su discografía estaba grabada en cintas magnéticas que sonaron como una auténtica banda sonora de mi década de los 80. Al igual que la poesía manaba de las canciones de Dylan, la vida manaba y mana de las canciones de Queen. Fé de ello lo vemos en infinitud de series y películas actuales en las que su repertorio musical, de ser de los mejores, siempre tiene espacio para alguno de los grandes éxitos de Queen: Flash en The Flash, Bohemian Rhapsody en El Escuadrón Suicida, We Are The Champions en Alta fidelidad, Don’t Stop Me Now en Zombies Party, Fat Bottomed Girls en Super Size Me, Who Wants To Live Forever en Los inmortales, We Will Rock You en Destino de caballero, The Show Must Go On en Moulin Rouge, Bohemian Rhapsody en El mundo de Wayne o Flash en Flash Gordon.

Su mensaje caló en lo más hondo de las generaciones que abrieron los ojos en aquellos años, y resulta curioso cómo aún en generaciones posteriores ha servido de guía, inspiración y, en muchas ocasiones, como tabla de salvación para muchísimas personas destacadas de una sociedad que solo evoluciona al ritmo de su miembro más lento. 

En aquella época solo la gente con cierto nivel económico podía tener “un loro”, o si lo tenía, pagar lo que costaban aquellas enormes pilas que los hacían funcionar. ¡No estaba al alcance de un adolescente! De modo que la música se escuchaba en casa, en la cadena de música de la familia, principalmente, en la radio, salvo cuando los hermanos mayores nos dejaban o no estaban y escuchábamos sus discos de vinilo, en 35 o 45 rpm.  Años más tarde empezaron a ser asequibles los walkman. ¿Se acuerdan de los walkman o hemos llegado al punto del conflicto generacional ya? Pero los cascos con los que se escuchaban, era rígidos y no se podían compartir. Eso sí, el mercado de las cintas de cassete, como las llamábamos, se multiplicó exponencialmente. Ningún adolescente de la década de los 80 olvidará jamás las siglas TDK ni las canciones grabadas de la radio, con anuncios y señales horarias, regrabadas una y mil veces para los amigos. Canciones escuchadas hasta desgastarlas o hasta que se enredaban, porque no había otra forma de parar, nunca por cansancio. Habíamos sobrevivido a aquel tsunami cultural que supuso los 80 en Madrid, al incendio del Rock-Ola, los punkis y sus crestas, los mods y sus guardapolvos, los rockers y sus tupes, los popers y sus movidas… Vivimos un crisol de culturas y subculturas, a veces solo estilos, más de tres décadas de movimientos culturales mezclados en una sola, en el interior de una ciudad, de un país que salía del “aislamiento” y comenzaba a respirar temblorosa todo cuando venía del exterior. 

¡Nos preparábamos para no ser «Another one bites the dust«!

Francisco Fernández - Paola Bonilla